lunes, 12 de marzo de 2018

CARAMBA, NO ME PRESIONEN

No entiendo la demora, no tiene sentido, voy a llegar tarde a la seccional y no acostumbro hacerlo. El deber es el deber, pero a sus órdenes, puedo responder, repetir lo que ya he dicho, aunque estoy algo confundido. Usted es mi superior, usted manda. La mala noche que he pasado y después todo este alboroto, como le dije, venía a tomar el subte, bajaba por la escalera mecánica cuando los vi, Nancy estaba vestida con esa solera ajustada y esas sandalias plateadas que le tengo prohibido usar. El pelo a la cintura, porque Nancy es inconfundible con ese pelo rubio ensortijado. Cuando la conocí me partió, y qué hacía ahí me dije, si yo la había dejado más muerta que viva en Morón, en la casa de la vieja, no, no era frecuente que nos separáramos. Sólo aquella vez que me bajaron aquellos chorros a los que yo solito les frustre el asalto a la cooperadora, entonces, ella me visitaba todos los días en el Churruca. Usted me dice si peleábamos, y sí, ella me provocaba, me sacaba de las casillas, sí, la última vez le di unos sopapos, cosas de parejas, al principio usaba el cinto, después se ponía mansa y hasta se aprovechaba para sacarme algo. Cuando yo llegaba se me tiraba al cuello, y me pedía. Me fui metiendo en créditos para comprarle para el crío y para ella. ¿Cómo? no, no debo nada, siempre pagué puntualmente aunque después me quedo seco, pero ella se lo merecía. Qué dice señor, claro que estoy nervioso, es lógico en este trabajo, la tensión en la calle, las obligaciones y deberes son superiores a los beneficios. Yo no soy como algunos que para anular una contravención cobran y en ocasiones se conforman con un café. No es fácil estar entre coimeros. Nancy nunca me había fallado ¿qué dice? que hablo en tiempo pasado cuando se trata de ella. Claro eso era antes de perder el chico, ahora está alterada, caprichosa, se quiso ir y me obligó a acompañarla a lo de la vieja que anda diciendo que Nancy perdió al chico por mi causa. Ella quería esta separación para calmar los ánimos, y yo me lo creí pero no volvió, la pájara me engañaba, y puede que desde antes. ¡Qué inocente! yo pintaba la pieza para el pibe y ella dale vomitar para no preparar el morfi, ahora me vengo a dar cuenta. Sabe jefe, la vi abrazada con ese tipo melenudo en el andén. ¡Cómo me la vendió la zorra! Me cargó a mí con el hijo, lo perdió, hay un Dios y justo. Me la encontré para enterarme de la verdad, la vi y me agarró un dolor de cabeza que casi no pude moverme . . . Ella ahí, el tipo la tenía abrazada, y ella se apoyaba en él, meta reír... Me cegué, desde donde estaba no podía detenerlos, ellos en el andén como si estuvieran solos en el mundo. Desde lo alto de la escalera yo empujando para acercarme. No podía detenerlos, llegaba el subte . . . Grité: ¡Nancy pará, pará, me estás matando! Me miró sin conocerme, no quiso. Subieron abrazados. ¡Podridos! les tiré desde donde estaba. El coche arrancó . . . Les di. Era lo que merecían . . . No, no estoy loco, si lo estuviera habría fallado y no fallé, mi mano no tembló, los bajé a los dos, yo los vi. Este dolor de cabeza no me deja. Tantas veces la escuché decirme que yo era el gran amor de su vida, yo fui su primer hombre. Ella era sólo una pibita. Ya no les creo nada ni a ella ni al médico que me llamó para felicitarme y pedir que la cuidara porque estaba anémica y deprimida . . . ¡deprimida!. Para esto quería la libertad, para estar abrazada con el melenudo. ¡Mentiras! Todos han mentido, el médico, la vieja, y ella, y hasta mi superior que me dijo: la Nancy es una perlita . . . ¿Cómo? ¿Qué tengo que ver con esa pareja de bolivianos que mataron en el subte? Pero no, cómo que los maté yo ¿qué razón tengo para hacerlo? Señor soy inocente, yo sólo le tiré a Nancy Ruiz mi mujer, me engañaba, soy el marido, tengo derecho, no, no me pongo nervioso es que tengo que llegar a la secional, siempre lo hago puntualmente. No voy a perder un ascenso . . . Nancy . . ., ¡Puta qué mala suerte haberla encontrado esta mañana!

viernes, 9 de marzo de 2018

LOS GATOS

Anochecía. Hacía unas horas que la lluvia había cesado. La fuerte correntada lo arrastró un largo trecho, de pronto esa saliente del terreno con un trozo de roca le permitió hacer pie.
Todo se había perdido con la inundación. Las lágrimas brillaban en el curtido rostro, el cansancio y el desaliento lo invadían. Entonces vio que recalando en la roca, una pequeña embarcación quedaba varada. Dentro pudo ver a una mujer semiconsciente y una caja de cartón con cuatro gatitos. Recordó a la vecina que había quedado viuda y que se dedicaba a cuidar gatos. Pero esta mujer estaba tan destruida que no parecía la misma. Un botellón de plástico vacío tirado en el piso del barquito y sus labios secos mostraban quiénes habían consumido el agua. Haciendo un gran esfuerzo trasladó a los ocupantes del barquito a la supuesta isla. El sol que había calentado todo el día comenzaba a entrar. Volvía a anochecer.
Sólo le quedaba media cantimplora. Con una cañita le dió a la mujer que yacía sin fuerzas. Sin alimentos, el hambre loso devoraba. Preparó fuego con las maderas de lo que pudo rescatar del barco. Entonces miró a los gatos jugueteando unos con otros. ¡Estúpida mujer, les había dado su comida!, pensó con rabia. Se acercó. Los gatos apretándose unos contra otros, chillaban. Los tomó de las patas y los golpeó hasta que no se movieron. Luego con el cortaplumas los limpió. A la noche comió y le dió a la mujer y se quedaron dormidos abrazados.
Por la mañana un sol plácido no alcanzó a calentarlos, el zumbido de una lancha le devolvió a él la energía. La gente de prefectura los llevó al refugio.
A las pocas horas, según el informe, la mujer en un ataque de locura explicable después de tantas penurias, le había abierto el pecho con una cuchilla a su compañero de odisea.

jueves, 12 de febrero de 2009

Libros Publicados

  • Historias Crueles, Cuentos, 1994, El Francotirador Ediciones
  • Un hombre con importancia, Novela, 1996, El Francotirador Ediciones
  • Mujeres en Tinieblas, Cuentos, 1998, Editorial Nueva Generación
  • Adiós Simón Adiós, Novela, 2000, Editorial Nueva Generación
  • Hechicera, Cuentos Cortos, 2002, Ediciones Amaru
  • Extraña Relación, 2004
  • Isla, 2006, Ediciones Amaru

POMPI

Al fin terminó esta horrenda pesadilla. Pasé todo el fin de año y los días siguientes junto a Pompi; papá y los médicos de su equipo trabajaron hasta el mediodía de hoy, Pompi ha perdido tres deditos de su mano derecha y uno de la izquierda.
Me he pasado todas estas horas rezando, pidiendo por ella y por mí. Desde que la trajeron de la sala de operaciones estoy a su lado. Me cuesta entender tantas cosas que han ocurrido . . .
Sin duda Rudy fue mi primer amor. Cuando nos casamos todo resultó maravilloso. La boda en el Santísimo, la luna de miel en Mónaco y después mi embarazo. Luego, el tremendo aburrimiento de Rudy. Sus múltiples aventuras, los días de soledad. ¡Cómo pudo cambiar tanto! Aquel año en Europa yo bailaba para él y él me amaba y después él se fue con Francis y yo me quedé con Pompi, con los berrinches de Pompi, con las cosas que desaparecían, con las rayuelas de esmalte de uñas, con los círculos que Pompi dibujaba, con su afán por fastidiarme. Y lo extraño, todo extraño . . .
Un día, Alicia encontró la preciosa muñeca que le había regalado cuando cumplió tres años, le faltaban los ojos. Le pregunté y, como siempre, ella dijo que no sabía nada.
No puedo dormir, me siento sola, me falta Esteban, creía que era definitivo, nos entendíamos pero también él se fue con su ex mujer y sus tres hijos a Puerto Rico. Nada hacía suponer que nuestra relación terminaría así, así como terminó mi matrimonio con Rudy, él fue mío, al comienzo de nuestras relaciones estaba tan enamorado, luego su indiferencia y mis intentos por atraerlo, yo cedía siempre ante su exigencia para que bebiera antes de hacer el amor. Me gustaba saber que lo complacía. Siempre traté de ser complaciente. Papá lo dice con frecuencia, Esteban también lo decía, para él fue fácil convencerme de fumar un porro antes de amarnos, sólo uno porque hay que ser controlado. Yo lo hacía para complacerlo, yo soy así. En cambio mi Pompi no es complaciente, ella no cede con facilidad. En realidad nunca supe manejar a Pompi y a veces me asustaba. Una noche me tiró un frasco de pastillas por el suelo y me miró con aire desafiante. Otra madrugada me desperté con el ruido del agua que corría. Me levanté. Pompi estaba de pie encima de la tabla del inodoro y pulsaba el botón de descarga una y otra vez. El agua salía desbordando. Todo el piso del baño estaba mojado. La saqué de ahí y la llevé a su cuarto. Regresé al baño, levanté la tapa. Algo impedía la salida del agua y no la dejaba correr libremente. Metí la mano y ahí estaba el oso blanco que Esteban le había regalado esa noche, le faltaban los ojos.
En cambio yo sé que soy complaciente. Para su último cumpleaños me pidió un gato y no quiso un siamés, sino un gato negro. También esa madrugada me desperté sobresaltada con los maullidos que provenían del baño. Pompi de rodillas en el piso y sobre un toallón al tenía al gato empapado en aceite.
En estos últimos tiempos Pompi había tomado la costumbre de levantarse después que yo me dormía. Yo sé que ella aguardaba despierta ese momento, yo sé que era así, yo sé que a propósito hizo lo que hizo.
Yo estaba tan mareada, había ido al barcito y con el vino helado me senté a pensar en mi destino de tremenda soledad y bebí y cuando regresé para dejar de pensar tomé las pastillas y me acosté. Aún estoy confundida, me desperté sobresaltada y vi a Pompi de rodillas sobre el sofá de mi cuarto. Podía ser cierto o lo estaba soñando. Ella pegaba con plasticola la cara de Rudy que había recortado de una fotografía y también la otra donde estábamos los tres que yo siempre tuve en mi mesa, y estaba agujereada la pana del sofá y en los huecos ella ponía las fotografías y entonces cuando se dio cuenta de que yo la observaba no se sorprendió, se rió desafiante, sus ojos se pusieron rojos. Yo también vi rojo y ahí estaba la fusta de papá y sus manos tendidas y le pegué muchas veces, sin pensar, hasta que cayó, hasta que vi su sangre.

“En el cuarto del sanatorio, Pompi abrió los ojos, Sandy, su madre, dormitaba y se sacudía presa de terribles sueños. La niña fijó sus ojos en aquel rostro atormentado, tanto, que ella despertó.
– ¿Qué pasa, qué pasa Pompi? – preguntó Sandy.
La niña desvió la mirada, buscó sus manos entre ese montón de gasas y algodón.
Devolveme las manos, Sandy, te prometo que nunca más jugaré con las tijeras
– dijo.
Pompi volvió a dormirse”
Eso es lo que yo escuché, dijo la nurse Alicia. La madre estaba asustada, estoy segura, continuó.
El doctor Corral guardó silencio. Ahora podía reconstruir los hechos pero no los entendía. Pompi había manifestado tantos deseos de quedarse en su casa cuando salió del sanatorio, que él creyó conveniente para su recuperación acceder a u pedido. No llegó a darse cuenta a tiempo de la falta del arma.
Esa noche, siguió diciendo Alicia, la señora estaba más inquieta que de costumbre, se fue a costar y Pompi daba vueltas como solía hacerlo. Estaba callada después del accidente, pero le gustaba andar detrás de ella. Y entonces regresé a darle el antibiótico. Pompi estaba acurrucada detrás de la puerta del cuarto de su madre, la puerta permanecía entornada, la niña miraba por el hueco. No sé cómo describir la risa de Pompi, la mirada cruel de Pompi, antes de escuchar el disparo.
Corrí, las señora estaba echada sobre la cama cubierta de sangre y tenía el revólver en la mano.
Grité, fui a buscar a Pompi, la encontré en su cama. Ella dormía abrazada a su gato.

ESTOS TIEMPOS

Sentada debajo del roble veía a pocos metros a sus hijas, maridos y amigos reunidos charlando y riendo. Sin proponérselo dejaba correr sus recuerdos de épocas pasadas, cuando aún podía participar de todo, ocuparse de organizar. Participar. Tiempos en que su físico le respondía y la vitalidad la facultaba para un sin fin de actividades donde el tiempo resultaba corto.
Se incorporó y dificultosamente corrió la silla persiguiendo el sol. Miraba hacer a los otros, escuchaba las conversaciones, sentía la necesidad de intervenir . . .
Contrólate Margarita. Cerró la boca, no le resultaba fácil quedarse callada, luego de ese largo tiempo de estar sola. Hacía rato que no aventuraba una opinión, no la escuchaban, y pobre de ella si intentaba integrarse al grupo.
– ¡Cuidado! ¡Quédese quiera! No sea que se dé un golpe . . .
O cuando intentaba servir el té:
– Oh, no, se va a quemar. Deje, ya le serviremos .. .
Alguien se acercó a invitarle una masita, los demás se fueron aproximando, comentaban de política, de la fuerte crisis, de la desocupación . . .
Sonrió.
– La historia se repite: Hace mucho tiempo yo era chica. Estábamos en crisis. Era diferente, era económica, sólo económica. No como ahora que es de valores además . . . Europa nos ayudó, la garantía fueron nuestros campos, el ganado argentino, el agro, nuestro esfuerzo. El granero del mundo, así se nos llamó. Yo era chi . . .ca . .
– Mamá querida, usted no entiende, no sueñe, eran otros tiempos además usted no está preparada para opinar. Tranquila, calme su impulso ¿Quiere que la acompañe a su cuarto para que descanse? . . .
Las mejillas le ardían, la invadía una gran tristeza, sentía que su cuerpo se retraía, se empequeñecía hasta desaparecer. Ellos se apartaron. Se quedó sola, sentía frío. Se había levantado una brisa helada que se volvía violenta. Se contrajo aún más, escuchaba las voces desde lejos . . .

Una de sus hijas fue a buscarla al parque. Sobre la silla debajo del roble, encontró un pequeño montoncito de tierra y ramitas secas que el viento que ahora soplaba con más fuerza no había alcanzado a dispersar.

CARAMBA, NO ME PRESIONEN

No entiendo la demora, no tiene sentido, voy a llegar tarde a la seccional y no acostumbro hacerlo. El deber es el deber, pero a sus órdenes, puedo responder, repetir lo que ya he dicho, aunque estoy algo confundido. Usted es mi superior, usted manda. La mala noche que he pasado y después todo este alboroto, como le dije, venía a tomar el subte, bajaba por la escalera mecánica cuando los vi, Nancy estaba vestida con esa solera ajustada y esas sandalias plateadas que le tengo prohibido usar. El pelo a la cintura, porque Nancy es inconfundible con ese pelo rubio ensortijado. Cuando la conocí me partió, y qué hacía ahí me dije, si yo la había dejado más muerta que viva en Morón, en la casa de la vieja, no, no era frecuente que nos separáramos. Sólo aquella vez que me bajaron aquellos chorros a los que yo solito les frustre el asalto a la cooperadora, entonces, ella me visitaba todos los días en el Churruca. Usted me dice si peleábamos, y sí, ella me provocaba, me sacaba de las casillas, sí, la última vez le di unos sopapos, cosas de parejas, al principio usaba el cinto, después se ponía mansa y hasta se aprovechaba para sacarme algo. Cuando yo llegaba se me tiraba al cuello, y me pedía. Me fui metiendo en créditos para comprarle para el crío y para ella.
¿Cómo? no, no debo nada, siempre pagué puntualmente aunque después me quedo seco, pero ella se lo merecía. Qué dice señor, claro que estoy nervioso, es lógico en este trabajo, la tensión en la calle, las obligaciones y deberes son superiores a los beneficios. Yo no soy como algunos que para anular una contravención cobran y en ocasiones se conforman con un café. No es fácil estar entre coimeros. Nancy nunca me había fallado ¿qué dice? que hablo en tiempo pasado cuando se trata de ella. Claro eso era antes de perder el chico, ahora está alterada, caprichosa, se quiso ir y me obligó a acompañarla a lo de la vieja que anda diciendo que Nancy perdió al chico por mi causa. Ella quería esta separación para calmar los ánimos, y yo me lo creí pero no volvió, la pájara me engañaba, y puede que desde antes. ¡Qué inocente! yo pintaba la pieza para el pibe y ella dale vomitar para no preparar el morfi, ahora me vengo a dar cuenta. Sabe jefe, la vi abrazada con ese tipo melenudo en el andén. ¡Cómo me la vendió la zorra! Me cargó a mí con el hijo, lo perdió, hay un Dios y justo. Me la encontré para enterarme de la verdad, la vi y me agarró un dolor de cabeza que casi no pude moverme . . .
Ella ahí, el tipo la tenía abrazada, y ella se apoyaba en él, meta reír...
Me cegué, desde donde estaba no podía detenerlos, ellos en el andén como si estuvieran solos en el mundo. Desde lo alto de la escalera yo empujando para acercarme. No podía detenerlos, llegaba el subte . . .
Grité: ¡Nancy pará, pará, me estás matando! Me miró sin conocerme, no quiso. Subieron abrazados. ¡Podridos! les tiré desde donde estaba. El coche arrancó . . . Les di. Era lo que merecían . . .
No, no estoy loco, si lo estuviera habría fallado y no fallé, mi mano no tembló, los bajé a los dos, yo los vi. Este dolor de cabeza no me deja.
Tantas veces la escuché decirme que yo era el gran amor de su vida, yo fui su primer hombre. Ella era sólo una pibita.
Ya no les creo nada ni a ella ni al médico que me llamó para felicitarme y pedir que la cuidara porque estaba anémica y deprimida . . . ¡deprimida!. Para esto quería la libertad, para estar abrazada con el melenudo. ¡Mentiras! Todos han mentido, el médico, la vieja, y ella, y hasta mi superior que me dijo: la Nancy es una perlita . . .
¿Cómo? ¿Qué tengo que ver con esa pareja de bolivianos que mataron en el subte? Pero no, cómo que los maté yo ¿qué razón tengo para hacerlo? Señor soy inocente, yo sólo le tiré a Nancy Ruiz mi mujer, me engañaba, soy el marido, tengo derecho, no, no me pongo nervioso es que tengo que llegar a la secional, siempre lo hago puntualmente. No voy a
perder un ascenso . . . Nancy . . ., ¡Puta qué mala suerte haberla encontrado esta mañana!

TE INVITO AL CINE ESTA NOCHE

Cada tanto se entusiasmaba con otra, pensó con inquietud mientras lo esperó vanamente.
Habían quedado en ir al cine esa noche, temprano claro, para después ir a comer y a bailar. Completo todo. Recalarían en Coronel Díaz. Preparáte, le había dicho, pasaremos la noche juntos.
El segundo llamado había sido para avisar que estaba retrasado y que le dejara la entrada en boletería. Gracias a eso ahora tenía el cuello dolido de tanto darse vuelta. Grandísimo Canguro, pensó. Salió del cine cuando apagaron las luces con la muerte en el alma. Caminó hasta la esquina y se tomó un whisky rumiando lo que le estaba pasando. Tenía que verlo . . .
Cómo no lo había pensado, había otra mujer, siempre aparecía una. Ella dando vueltas y él encamado con la de turno, iría a sorprenderlo.
En la puerta, el portero la saludó y comentó: al fin se la ve.
Ella hizo un gesto de desagrado, y abrió la puerta sin ninguna resistencia. Todo estaba totalmente oscuro. El sudor hacía que el vestido se le pegara al cuerpo. Finalmente, dio con la llave de la luz temblando como una hoja en un vendaval.
Nadie. La cama tendida, los ceniceros limpios, los muebles cubiertos de polvo. En la cocina, dos tazas sucias de mucho tiempo atrás. Indudablemente ahí no habían estado, la otra debía tener departamento. ¿Dónde buscarlo ahora?
La impotencia la acompañaba en el recorrido por los bares donde sabía que él acostumbraba a ir.
De nuevo sin saber qué hacer, pero esta vez no aceptaría excusas, no caería en lo mismo, no volvería a perdonarlo o dejarse seducir con otras noches encerrados en Coronel Díaz.

Se despierta en medio de la oscuridad. Hay un profundo silencio, quiere saber la hora, el reloj no tiene pila, por el teléfono se entera que es casi mediodía.
Tiene aún el vestido puesto que suena como acartonado, percibe un olor extraño, sobre la mesa la cartera, un programa de cine, tambaleando logra llegar a la puerta, necesita ver el diario, la fecha le indica que han pasado dos días de su ida al cine. Puta como he dormido, se dice, mientras fuma un cigarrillo trata de recordar . . .
Después de vueltas y vueltas sin hallar rastros de él, después de mil whiskys, la angustia le apretó el pecho y regresó a Coronel Díaz y esa vez los descubrió: él desnudo, esa mujer de mechas negras, la piel brillosa iluminada por el velador . . . Se apoyó en la mesa, habían comido ahí, su mano rozó una tijera de tronchar . . .
Ahora, en la cama, un olor nauseabundo la envuelve al moverse, observa los arañazos en sus brazos, recién ve sus uñas sucias como si hubiese rascado una res.
Está confundida. Sale de la cama, camina hacia el baño, tira el vestido en la bañera, luego entra en ella, deja correr el agua. El vestido tapa el desagüe, el agua queda retenida y el agua es roja, roja como la sangre.

LA PROTESTA

Se acaban de ir en el camión de fletes de tío Pocho. Nos dejaron a la Mili y a mi, y salieron para la casa de al lado a buscar a los vecinos. Según ellos pueden acompañarlos. Aunque no lo parezca, según dicen ellos una persona más cuenta en este tipo de protesta. La vecina no está en la Aerolínea pero sirve . . .
Y se va de lo más contenta, deja a la bebé cambiada y comida, porque dice Tita que ella tampoco está en la empresa y ahora se siente útil acompañando a los otros. Según Tita la bebé durará limpia hasta que ellos vuelvan. Yo no pienso como ella porque la otra semana como a las tres horas de salir ellos, la bebé empezó a llorar, parecía que la estaban matando. Como la puerta de calle la cierran con cadena y candado, he tenido que hacer cruzar a mi hermanita y luego saltar yo el alambre del fondo. Al llegar, la chica estaba de caca hasta la cabeza. La limpié con asco sacando agua fría de la bomba que me dejó los dedos duros. Como no sabía dónde guarda la Tita los pañales le puse un mantel y la acosté cerca del fuego. ¡Estaba morada! Después volvieron todos juntos, gritando y discutiendo sobre lo que había pasado. Mi hermana Mabel les sirvió mate cocido y pusieron plata para comprar una pizza y vino que no alcanzó para todos.
A pesar de que creo que el resultado no fue bueno, mamá y la vecina estaban felices de haber salido y de ver gente. Mi hermana Mabel decía que las cosas pintaban mal. Los hombres gritaban y hablaban todos juntos y discutían sobre esto y lo otro y más que nadie mi papá que no estaba de acuerdo. Mi hermanita y yo estábamos con hambre, papá fue a comprar pan y leche y otra vez más pizza y vino.
En la casa de al lado, la bebé estaba a los gritos de nuevo.
Ellos estaban divididos. Unos opinaban que los periodistas y el público les estaban dando todo su apoyo. Mamá y otra que trabaja con mi hermana Mabel en el Congreso, dentro de todo el alboroto tan mal no la pasan.
Al volver, unos cuantos hombres que se taparon la cara se separaron del grupo y se fueron a romper vidrieras y los teléfonos de la avenida que son de los españoles. Ellos dicen: Gallegos de las dos clases, de España y de mierda.
El que está podrido de ir a la protesta es mi papá. No quiere ir porque está cansado, él dice que también hay culpa de la gente de nuestro país que vendió mal, con coima y sin pensar en la patria. Mi papá quiere que le paguen y listo, se retira. Él no es como los vecinos, hace años cuando entró a trabajar, era un muchacho y trabajó y cumplió, y ahora quiere retirarse y es como corresponde y además dice mi papá que las cosas las quiere por derecha, no sé lo que esto significa pero lo repito.
Cada vez que puedo a la Tita se lo digo, mi papá no es ningún borrego pero quiere las cosas por derecha, así dice él y que sigan la Tita y los demás repartiendo camisetas que no sé quién las paga. Y entonces yo tengo que cuidar a Mili, mi hermanita y a la bebé y ella lo más tranquila porque parece que lo único que le importa es salir de la casa y andar haciendo barullo.

POR ESO ME TENGO QUE QUEDAR

Siempre que llego me encuentro con lo mismo. No hay vuelta que darle, parece que me esperaran. Dejé los útiles sobre el aparador y ya estaban peleando. Ella lloraba y lo insultaba a gritos como siempre, y él se achicaba, cada vez que pelean él se achica se contrae hasta cambiar de tamaño. Yo saludé pero ni bola. Entonces fui a la heladera, sólo encontré leche, me la tomé de un saque. Después pensé en papá, pero ya estaba, ya no quedaba más en la botella.
-- Lucía, el chico, los vecinos, te juro que en cuanto esté mejor . . .
Siempre le escucho decir lo mismo, pero no creo que pueda ponerse mejor nunca.
Qué buenos tiempos con papi correteando mercadería. A veces lo acompañaba y cómo vendía, hay que ver los pedidos que levantaba, en aquel tiempo mami estaba contenta, nos esperaba con la comida. No teníamos que alquilar una pieza, la casita de Lanús hasta jardín tenía.
Esa tarde terrible nos avisaron, corrimos al hospital, papá estaba grave. el Doctor dijo que era muy difícil la recuperación, no volvería a caminar, el coche le había pasado por encima, pero se mostró muy fuerte papá, ahora ya no, ella lo pelea mucho sobre todo cuando vacío la botella, así que prefiero irme, pero no lejos, me quedo cerca, en la pieza de adelante, donde vive Lila, la modista, siempre voy a estudiar ahí, se está tranquilo y me invita con algo para comer, yo le pago llevándole la ropa a los clientes. Está bien eso de que cada casa es un mundo, Lila la modista también tiene lo suyo, el hijo es como mamá, chupa igual. Mi mamá dice que lo hace porque papá está así, y yo soy chico y nadie trabaja y qué sé yo. En cambio, el hijo de Lila abandonó la Facultad y Lila lo mantiene, y cuando se le termina la plata viene y le mete un escándalo. Por eso no me gusta el hijo de Lila. Pobre Lila, lo de mamá es más pasable, ella nunca trabajó porque abuela tiene plata y no la dejó. Es débil, y después perdimos todo y papá se vino abajo. Es por eso que yo no tengo que dejar la escuela y quiero seguir estudiando así fuese de noche. Yo tengo en la escuela un compañero que tiene un hermano que estudia de noche en el Colegio Secundario y está terminando y quiere ser Doctor y son mas pobres que una rata, como dicen . . .
En casa cuando mami sale, al regreso trae comida de rotisería y dulces, lo malo es que trae también vino y se empeña en verle el fondo a la botella y le hace mal, y dice pavadas, y él se enoja y le pregunta qué trabajo es ése que va cuando quiere y a las horas más disparatadas, y entonces vuelta a pelear y a decir cosas terribles en las que no creen.
Cuando no discuten es otra cosa yo hago té, compro Criollitas, papá me ayuda con los deberes y mami duerme o no está.
Cuando pienso que abuela antes venía a casa todos los domingos y ahora no quiere venir, ella me ha dicho mil veces que me deje de dar vueltas y me mude a su casa, ella no entiende que ahora no puedo. Tengo que cuidar de ellos. Hace poco a mami le tiré a la pileta el contenido de una botella que tenía escondida y tuve que salir escapando, si me agarra me mata, juro que me mata . . .
Suerte que afuera no toma pienso que así es menos peligrosa. La abuela insiste en que esta casa no es el lugar para mí, que ella puede pagar mis estudios pues soy el único salvable, pero yo creo que ahora si dejo la escuela justo cuando termino el primario estoy listo, y yo quiero terminar. Abuela dice que tiene plata para que yo estudie y viva en otro lugar. Para la hija y mi papá nada. Yo pienso que injusto no, yo no puedo dejarlos si lo hago y quedan sin control estos dos , te juro que se matan . . .

PUNTO FINAL

Defraudada aquella vez, para castigar a su primer amante después de que descubriera que la engañaba con una cuarentona, ella, joven e inexperta, aceptó casarse con aquel hombre mayor, con mucho dinero. Su orgullo herido ante el fracaso amoroso, la había llevado a ese nuevo error.
Se separaron a los seis meses. Entonces decidió viajar, conocer mundo, disfrutar de los placeres. Y un día, por fin lo encontró a él. Ernesto, el hombre soñado: lo mejor que podía pasarle.
Se enamoró como nunca. No era para menos. Él era rico, famoso y además inteligente. Fueron dos años de tierna y distante relación, porque él siempre la respetó. Al cabo de un tiempo se casaron. A partir de entonces él cambió. Cansado de simular y como ya no lo creía necesario, puso en evidencia su verdadera personalidad. Odiaba los viajes, el campo, los pájaros, el cine, los versos. Le molestaban el ruido, las fiestas, las aglomeraciones, los cambios lo angustiaban.
Catequizaba todo el tiempo, sobre esto o aquello. No toleraba los animales domésticos. El sol lo dañaba, la lluvia lo deprimía. Y los niños, muy a su pesar, después de un rato lograban fastidiarlo. Cuando ella pretendía rebelarse, él decía que eso era el resultado de sus explosiones mensuales. Dramatizaba sus problemas anímicos al extremo de permanecer horas en silencio con la mirada sin luz.
Decía estar enamorado, pero no toleraba la cercanía de Nina en la cama después de hacer el amor. Ella no era feliz; no lo había sido nunca. Ahora comprendía que la felicidad no había que buscarla afuera; ahí no estaba. La felicidad era un estado de ánimo. Sin duda otra vez se había equivocado.

Cansada, vencida, ella hoy se arrojó por el balcón de su casa en Palermo Chico. Murió de inmediato.

Días después, su aparentemente atribulado Ernesto terminaba de vestirse en el preciso momento en que una Ferrari estacionaba frente a la casa, y de ella descendía un joven de aspecto deportivo. Ernesto corrió las cortinas. Se abrazaron en silencio. Luego, él sirvió dos copas, sacó un cassette y se sentaron muy juntos a escuchar la quinta de Beethoven.
En el rostro distendido de Ernesto comenzó a dibujarse una prometedora sonrisa, mientras acariciaba con su mano libre la blonda cabeza de Gerardo.

ELLA Y LA OTRA

Lo había buscado la mañana entera, al fin pudo encontrarlo en un cajón de papeles donde ella lo guardara quién sabe cuándo. Lo tomó y lo puso en el bolsillo de la bata. Fue al baño, cerró la puerta. Se quedó mirando el enorme espejo. Lo que vio no le gustó ¿Quién era esa monstruosa mujer reflejada en él?
La culpa fue de la otra, la que ahora no aparecía, la que con su estúpido dueño de amor había desatado ese manojo de penas, de humillaciones y resentimientos. Sí, porque ahora ella, la desconocida del espejo, se había dedicado a querer borrar todos los errores cometidos en nombre del amor.
Volvió a la cama y dejó el arma debajo de la almohada. se durmió. Cuando despertó sintió nuevamente la ansiedad del espejo.
Otra vez esa desconocida cercana a la senectud se asomó en el. La otra indudablemente estaba ocultándose detrás de la figura que veía reflejada. Tampoco hoy podría matarla.
Volvió a la cama, rechazó lo que le trajeron para comer, no logró dormir. Ella sabía que la otra lo había amado con desesperación, con delirio y que él había aceptado ese amor sin comprometer nada. Cuando la otra lo comprendió trató de dejarlo, pero él regresó cambiado, vencido, pidiendo perdón y entonces ella abrió sus brazos y lo cobijó en ellos.
Duró poco, al saberse dueño, él ya no cuidó los tesoros de amor que ella le brindara, malversó sus ilusiones, abusó de su fe, rompió con su mansedumbre.
Debió ser entonces cuando la otra fue dejándola a ella en su lugar sin que se notara.
Así pasó el tiempo.
Lala vacilante se levantó para recobrar la imagen perdida. Pero era inútil, una y otra vez la que retornaba en el espejo era esa desconocida a quien su marido, es decir, el marido de la otra, llamaba la bruja arpía y debía ser así nomás, porque lo que ella veía en el espejo, no aparentaba ser otra cosa.
Realmente era horrenda . . . volvió a la cama y se quedó dormida. La despertaron voces, el dolor de un pinchazo en la pierna. ¿Qué hacían? La cara fresca de su hija con los ojos llenos de lágrimas estaba junto a ella, la acariciaba pidiéndole que volviera a estar bien. Después nada.
Cuando volvió a despertar estaba en un cuarto desconocido. Luego comprendió que era un sanatorio. El médico se acercó sonriendo, le palmeó la cara, la joven enfermera también sonreía:
--Lindo susto le ha dado a los suyos. Ya puede ir pensando en abandonar la idea de ajar de peso de esa manera. No comer no da ningún resultado positivo.
Lala hizo un gesto de desdén: ¡pobres! no habían entendido, no tenían la menor idea de su drama. Cerró los ojos. Cuando los abrió, a su lado estaba su marido que la miraba con expresión ansiosa:
-- Qué pavada haber dejado de alimentarte.
Juan María, su marido (o el de la otra) tenía el rostro cansado, los ojos sin brillo la miraban con ansiedad. Sintió piedad por él, ya no resentimiento. Él había sido el resultado de la candidez, de la estúpida insistencia de la otra.
-- Qué pavada haber querido matarte – dijo durante el regreso. Y cuando ella buscó el arma, él se adelantó para decirle:
-- Menos mal que la encontré debajo de la almohada antes que ellos llegasen.
Lala se dejó caer en la cama. ¡Estás loca, le escuchó decir, deberías tratarte psiquiátricamente!
No quiso seguir oyendo. Como de costumbre, él canalizaba sus propios miedos, agrediéndola.
Y lo estaba logrando.
Fuera de control se encerró en el baño, a pesar de querer evitarlo no pudo dejar de mirar hacia el espejo. Allí estaba esa mujer con el pelo enmarañado, los ojos saltando de la cara, un rictus de amargura en su boca crispada. ¿Qué imagen horrenda! Estaba sola con el monstruo. Tomó la algodonera de cristal y la arrojó con todas las fuerzas contra el espejo.
Multiplicada en cada uno de los trozos de vidrio, los monstruos se le vinieron encima, cubrieron su cuerpo hasta sepultarla.

LOS PERROS

El cuarto iluminado por la luz de la luna.
El abandona el sillón donde dormitaba.
Con una almohada se acerca a la cama donde ella duerme.
Luego de corta resistencia ella se queda quieta. El retira la almohada, el rostro muestra una tenue crispación. Le acomoda los brazos sobre el pecho. Ahora enciende el velador y pasea la mirada por el cuarto sin saber qué busca. Sale a la galería, prende un cigarrillo. Amanece, el silencio es total. Lentamente se encamina a la salida. La puerta de hierro está cerrada con cadena y candado, el aire huele a madreselvas. Suspira y se retrotrae a otros tiempos. Decidido lleva la mano a la cintura, el candado salta a pedazos. El estampido hace ladrar a los perros.

RÍO

Es verdad, es así como decís. He tenido miedo de cumplir con mis amenazas, producto de tu fría indiferencia. He pensado que al morir te perdería para siempre, a pesar de saber que ya no significo nada para vos.
Me acuesto con la esperanza, después de una tonta discusión, con la ilusión de que el roce de mi pie, el calor de mi cuerpo que desea el tuyo, te podrá retrotraer a los primeros tiempos de nuestro amor.
Siento un dolor muy hondo que destroza mi pecho cuando compruebo tu feroz indiferencia que hace que mis palabras reboten en tus oídos. Mi cara empapada en llanto no es estupidez- como dices- ese llanto incontenible en el que se me va la vida, esta vida mía que matas arteramente, la defensa inconsciente que brota de mi desesperación.
No dudo, no me dejas dudar. Que te den risa las expresiones de mi dolor ya que creo que estás muerto, que no sientes que tu crueldad corresponde a quien perdió el alma.
Muchas noches víctima de tu indiferencia, de tus heladas reacciones me he ausentado, he llegado al borde del Sena. He regresado con el propósito de poder recuperarte... Es verdad que he vuelto a ser tuya en medio de un delirio tratando por tu parte de domar mi resistencia nacida del remordimiento, de la certeza de saber que no me quieres, es por eso que hoy te dejo estas líneas.
Mi consuelo es la certeza de que cuando veas mi cuerpo sobre las piedras del muelle, con mis ojos abiertos sin luz es cuando despertarás de tu sueño de zombi y tu dolor por mi será eterno.